Por qué Luisa González perdió frente a Daniel Noboa en Ecuador 2025
La derrota de Luisa González en Ecuador, fue el resultado de una campaña atrapada en el pasado. El retorno del correísmo revivió temores que Noboa convirtió en su mayor fortaleza.
La reelección de Daniel Noboa como presidente de Ecuador no se explica a partir de una gran campaña electoral, ni por su carisma y menos por la contundencia de sus propuestas. Contra todo pronóstico de las encuestas, el actual mandatario Daniel Noboa logró un triunfo claro en segunda vuelta sobre la candidata correísta Luisa González, obteniendo el 55,65% de los votos frente al 44,35% de González. Lo que pasó en Ecuador sin duda va a ser objeto de análisis por mucho tiempo y es que, la segunda vuelta de las recientes elecciones rompió hasta los pronósticos mas atrevidos. Este fue un proceso electoral, además marcado por una profunda crisis inseguridad, un aumento de la violencia política y sobre todo, por una narrativa polarizante desde el poder, que buscó alimentar el miedo de la vuelta del correísmo.
Un cordón umbilical difícil de cortar
Desde el inicio, la Revolución Ciudadana pareció equivocarse en la estrategia. En vez de construir una narrativa que otorgara autonomía y renovación a Luisa González, optaron por reforzar el cordón umbilical con Rafael Correa. Y es que pese a que González intentó presentarse como un rostro nuevo, Correa mantuvo una presencia protagónica en la campaña, es decir, apareció en podcasts, mítines virtuales y mensajes constantes de respaldo, dejando claro a todos que él seguía siendo el gran elector tras su candidata. Esta insistencia en visibilizarse resultó un arma de doble filo. Por un lado, movilizó a la base dura correísta que añora los años de su gobierno, pero por otro, reavivó viejos temores en amplios sectores del electorado, que reactivaron con fuerza el "mito del peligro correísta", especialmente asociado a la cercanía con Nicolás Maduro, el fin de la dolarización o el tema de la corrupción. Un mito que, aunque basado en distorsiones y muchas veces en ataques judiciales fabricados, sigue siendo efectivo.
La eficacia del miedo
En un ambiente polarizado, donde el miedo pesa más que las razones profundas, Noboa capitalizó cada uno de esos errores. La narrativa fue clara: el correísmo representa el autoritarismo, la corrupción y la amenaza a la estabilidad económica. No importó que esas afirmaciones fueran debatibles, lo que fue relevante es que obligaron a la Revolución Ciudadana a permanecer en una posición mayoritariamente defensiva.
Si la omnipresencia de Correa generó desconfianza, ciertas posturas del correísmo durante la campaña terminaron de prender las alarmas de los votantes moderados. Dos temas en particular fueron manejados torpemente por la campaña de González: la situación de Venezuela y el régimen monetario de Ecuador (la dolarización). En pleno balotaje, Correa, desde su exilio en Bélgica llegó a criticar abiertamente la dolarización ecuatoriana y a defender al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, esto último francamente innecesario en ese tramo de la campaña.
Y a eso se suma otro factor clave: el silencio o la ineficacia de la campaña de González para contrarrestar la narrativa internacional. Mientras Noboa se fotografiaba con Donald Trump en Mar-a-Lago y prometía endurecer la lucha contra el narcotráfico con apoyo estadounidense, la izquierda ecuatoriana se limitó a cuestionar el gesto, sin ofrecer una alternativa clara sobre la relación bilateral. En un país dolarizado o que se ha visto impotente para resolver la crisis de seguridad, esa omisión costó muy caro.
El voto no es ideológico, es práctico
Por otro lado, tampoco ayudó el tono de la campaña. Noboa construyó una imagen de acción directa. Prometió mano dura, base militar, alianzas internacionales. Fue capaz de generar una sensación de certeza, aunque los resultados de su primer período hayan sido modestos. González, en cambio, mantuvo un discurso técnico, institucional, y a veces excesivamente defensivo. En temas clave como seguridad, migración o economía, su postura fue más de reacción que de visión. El electorado no busca solo razones, busca certezas.
Ahora, es cierto que Noboa, como presidente en funciones, no dudó en emplear los recursos del Estado a su disposición como es costumbre en América Latina –desde bonos repartidos a sectores populares hasta cadenas nacionales sobre seguridad para mejorar su imagen en la recta final. Pero el factor decisivo fue haber logrado que la elección se convirtiera en un plebiscito sobre el correísmo.
La Revolución Ciudadana no ha entendido que su legado necesita una renovación. No se trata de borrar lo que fue, sino de permitir que nuevas figuras tomen la palabra con voz propia. Mientras el eje de campaña siga siendo la defensa del pasado, seguirá cosechando más resistencias que adhesiones. Y lo paradójico es que muchas de las acusaciones contra Correa carecen de pruebas sólidas, pero su efecto político está más que demostrado en la arena electoral.
Lo que puede venir
Noboa, por su parte hereda una indulgencia, no una devoción. El tema de la inseguridad y la economía será su verdadera prueba. Y es que incluso, sus propios errores en el poder (un año de gobierno de desgaste con pocos resultados visibles), no fueron capitlizados por el correísmo. Sin embargo, su fracaso es también una posibilidad, que puede abrir una nueva ventana de oportunidad para la izquierda. Pero esa izquierda debe decidir si se reinventa o se queda atrapada una vez más a las puertas de Carondelet.
Ya con el resultado consumado y a pesar de los reclamos de fraude del lado de la Revolución Ciudadana (que se ve dificil que prosperen debido a la diferencia de votos) resulta evidente que la candidatura de Luisa González estuvo hipotecada por el peso político de Correa. Su campaña puso más empeño en reivindicar el proyecto del ex presidente que en construir confianza hacia el futuro. El correísmo sigue vivo, pero como mito. Uno que, mientras no se reinvente, seguirá funcionando como su peor enemigo.